Tukohama, nuestro Padre de la Guerra, y Valako, Padre de la Tormenta, llevaron a Kitava con Hinekora, Madre de la Muerte.
Le pidieron que matase al avaricioso Kitava, porque su tribu sin duda moriría de hambre si Kitava continuaba viviendo entre ellos. Pero Hinekora se negó, porque la muerte no le enseñaría a Kitava la lección que necesitaba aprender.
En cambio, Hinekora golpeó a Kitava con un látigo tejido a partir de su propio pelo. Kitava sentía cada hebra como un latigazo abrasador, y así lució miles y miles de devastadores latigazos en la espalda a medida que Hinekora lo arrastraba implacablemente en el rincón más oscuro del inframundo. Ahí lo dejó sufrir, sin agua ni comida, por el resto de la eternidad.
Y allí Kitava permaneció, en la oscuridad de la isla de Hinekora por un tiempo más allá de la comprensión. Ahí sufrió, esperando el día en el que pudiese volver al mundo de la luz para saciar su ardiente sed y hambre voraz.
Narrado por el esclavo Utula
Transcrito por Irwen de Teópolis — Leer