Escritos de Victario Text Audio /4 ⍟
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{Volumen 1: Kalisa Maas}

Nunca pude entender realmente el trabajo de Brektov. Solo un desorden de vibraciones y agudos chirriantes para mis oídos de hombre común. Pero eso fue antes de Kalisa Maas. Desde la primera nota, su voz alcanzó mi pecho y arrancó mi corazón latiente de su jaula. A juzgar por los ojos brillantes y abiertos de par en par de mis clientes, supe que ellos también lo sentían.

Anteriormente he tomado alguna pequeña siesta durante el aria que precede al destripamiento de Antonio. No esta noche. La gema en la garganta de Kalisa brillaba con el resplandor de las estrellas mientras su Do sostenido destrozaba cada panel de vidrio del auditorio. Se llamó a un interludio de emergencia mientras el equipo del escenario reparaba los daños, y algunos médicos atendieron a aquellos lacerados por las astillas que se desprendieron.

Ahora, mi suposición sobre las Gemas de Virtud está debidamente documentada. Aunque los hombres comunes y los cortesanos se abalanzaban unos sobre otros para que Malachai les incruste estos milagrosos cristales, es una parodia de justicia que dichas mutilaciones le sean impuestas a os legionarios y los trabajadores del Imperio.

Y aun así, en Kalisa Maas he observado como estas gemas pueden mutilar nuestros vínculos con la mortalidad para que nuestra imaginación pueda brillar en verdad.

Estoy a la deriva en una disyuntiva y no tengo remos para luchar. ¿Es Kalisa la Artista o el Arte? ¿Es la misma mujer que solía conocer? ¿Ese joven conjunto de talento y timidez que solamente podía adorar?

¿Es, en verdad, una mujer?

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{Volumen 2: El Mono Más Negro de Todos}

El Rey Mono estaba disfrutando de un paseo por la rivera cuando, al mirar por encima de su peludo hombro, notó al Mono Más Negro que hubiese visto jamás paseando detrás suyo.

—¿Por qué me sigues? —preguntó, demandante, el Rey Mono. No le agradaba la compañía sin invitación, sobre todo en sus paseos por la rivera.

—Para poder ir a donde usted vaya, y estar donde usted esté, mi Rey —respondió el Mono Más Negro de Todos.

—¿Y qué sucede si yo no quiero que vayas a donde voy, y que estés donde yo esté? —clamó escupiendo y farfullando el Rey Mono.

—Querer y tener son cosas distintas, mi Rey —respondió el Mono Más Negro de Todos en una voz más suave que el jugo de banana.

—¡Soy el Rey Mono! ¡Mis deseos son órdenes! —aulló el Rey Mono, furioso, entre chillidos y con espuma en la boca.

—Desear y hacer son cosas distintas, mi Rey —respondió el Mono Más Negro de Todos en una voz tan sedosa como las alas de mariposa.

Demasiado alterado como para escupir, farfullar, chillar o hacer espuma, el Rey Mono comenzó a correr. Corrió a lo largo de la rivera, más rápido que el agua, más rápido que el viento, más rápido que los pensamientos, porque era el Rey Mono, y todos saben que el Rey Mono tiene los pies más veloces de toda la tierra.

Corrió hasta el final del río, luego hasta el final de las montañas, luego hasta el final de las nubes, y luego hasta el Fin del Mundo.

Y quién estaba ahí, esperando a los pies de su Rey en el Fin del Mundo, sino el Mono Más Negro que el Rey haya visto jamás.

—¿Por qué me sigues? —rogó el Rey Mono.

—¿Alguna vez había venido al Fin del Mundo, mi Rey? —preguntó el Mono Más Negro de Todos.

El Rey Mono se dio cuenta que no: —No, nunca.

—Ahí está mi razón para ir a donde vaya, y estar donde esté, mi Rey —concluyó el Mono Más Negro de Todos en una voz tan cálida y acogedora como la muerte.

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{Volumen 3: Esclavos de Virtud}

Un nuevo cargamento de picos y palas humanos, destinados a Atalaya. La mayoría son Ezomitas, cortesía de los "campamentos de civilización" de Gaius Sentari. Algunos de piel oscura por aquí y por allá, Karui y Maraketh. Malachai ya ha usado sus malvadas artes en todos ellos.

Los miembros están estirados, contraídos, con dos o tres articulaciones. Mucho mejores para obtener gemas de las grietas y las fisuras de su hogar, que pronto será su tumba. Entrecierran los ojos y se cubren del sol; sus ojos han sido inyectados con penumbra para que puedan ver en la noche subterránea como lo harían de día en sus cálidos hogares.

Los esclavos encadenados van arrastrando los pies hacia el norte mientras las gemas que minan van hacia el sur, una avalancha brillante de poder y privilegio para los mejores ciudadanos Eternos. La civilización se compra y se paga con la carne y la sangre de los primitivos. Es una deuda que algún día se deberá saldar.

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{Volumen 4: Un amigo en Apuros}

Es uno de esos días de verano en Sarn en los que el sudor se seca sobre la piel al mismo tiempo en que osa deslizarse desde tus poros. Lorenzi y yo estamos tomando café con cubos de hielo del norte. Su voz tiembla al anunciar que verá a Malachai esa noche para que le implante una gema en su mano. La palma de su mano izquierda, para ser exacto. Una vez que se me terminaron los improperios e hice una pausa para tomar aire, y mientras el mesero limpia el café derramado sobre nuestra mesa, logro preguntarle por qué. "Para tener los dedos más veloces del Imperio", es su respuesta. Lorenzi, primer violinista de la Sinfónica de Sarn y mi querido amigo, se convertirá en un Gemita.

Luego de diez días, su mano ya está curada. Toca para mí, una pieza que ha escrito durante su convalecencia y que debutará esa noche en el Teatro de Dios. La Gema proyecta un tono sangriento sobre su violín mientras sus dedos vuelan por las cuerdas. Son un borrón efímero, demasiado rápidos para que el ojo o la mente puedan seguirlos. Y la música... solo una experiencia en mi vida se compara. La noche que tuve con Marylene antes de que muriera.

Ya ha pasado un mes, y una vez más Lorenzi y yo tomamos café helado en los Mercados Perandus. Aunque solo nos separa una angosta mesa, Lorenzi está a un mundo de distancia. Las pesadillas comenzaron hace algunas semanas. Juguetea ausentemente con el vial que compré para él en el boticario, aunque sé que no lo beberá. Calmar su mente significaría que sus dedos se ralentizarían. La música es la vida de Lorenzi, y para Lorenzi, la música y la gema son la misma cosa.

Ha pasado un año, y una vez más el día es lo suficientemente caluroso para que el sudor se seque en mi piel al mismo tiempo en que osa deslizarse desde mis poros. Tomo un café helado y pienso en Lorenzi. Tocó anoche, en el Teatro de Dios. Veloz y furioso. Nos cruzamos en el recibidor, y miré hacia su rostro gris, sus ojos azul pálido. No sé qué fue lo que vio, pero no fue a mí. Tampoco sé qué fue lo que yo vi, pero no era Lorenzi.

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