Estatua de Solaris Text Audio /3
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Las diosas hermanas del sol y la luna, reinaron de la mano unidas. A su gente bendecían por completo, del día y la noche eran guías. Entonces la hermana sol, al asomarse la luz del día, despertó con cuerdas atada. Sus llamas se apagaron, su vida vacía, su pasión arrancada y destrozada. —¿Quién?— gritó. —¿Quién me atormenta tanto y me arranca del día? Suptor sonrió, tras la máscara de pálido gris que vestía. -Los Versos Azmeri, 1:20-23 — Leer |
Durante muchos días, el sol se escondió, sin mano que le guiase a su hogar Una fría luna se alzaba en el cielo, una reina se asomó desde su trono a mirar. Bajo la tierra, Solaris lloraba, su dolor demasiado grande como para ignorar. Como instrumentos de hierro afilado, causó heridas en la piel y en la carne al desgarrar. En un momento de descanso y respiro, el fiel Kulric la asistió. Cortó sus cuerdas y cubrió sus heridas y del dolor la liberó. Alzándose desde debajo de las colinas, Solaris preparó una treta. A su hermana atrapada en redes llameantes, Solaris la trajo de vuelta. Un juramento que hizo, una promesa realizada, para hacerle pagar a su pariente. Una cuchilla afilada, y suerte rota, dejaría a su hermana ciega eternamente. -Los Versos Azmeri, 2:10-14 — Leer |
Solaris sobre el horizonte se paró y miró a donde la luna residía. Cualquier ejército de espadas y escudos y arcos, una guerra que comienza al mediodía. La frustración por la fuga de su hermana fue asesinada y devorada. Reemplazada por la ira, el miedo y el dolor, que poco a poco la llenaba. Cuando la Luna y los rayos marcharon sobre el Sol, Solaris a su presa atisbó. “Dulce hermana, no dominarás este día”, con amor y odio juró. -Los Versos Azmeri 5:19-21 — Leer |