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Puedes atrapar a un lobo del bosque. Puedes ponerle un collar, encadenarlo. Puedes hacerle pasar hambre, golpearlo hasta que gimotee y se doblegue. Pero ¿acaso ese lobo es un perro?

Nunca.

Un hombre solamente es un esclavo cuando permite que su corazón y su mente sean conquistados. Cuando comienza a creer que su vida ya no le pertenece. Cuando elige mirar hacia el suelo para siempre.

Como el rey que elige besar los pies de un emperador. Un rey que mira a su copa y a su plato, que se da un banquete y engorda mientras su pueblo muere de inanición en sus propias calles.

Algunos pueden llegar a decir que debería cargar con la culpa del regicidio. Que maté al rey de los Ezomitas. Sí, le serví al Rey Skothe su última cena, porque no vi a ningún rey en esa mesa.

Vi a un perro.

- Rigwald, el Rey Lobo
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En algún momento creí que los nos los niños nacían con ojos puros, libres de crueldad y malicia. Que es la vida la que te enseña a odiar, a golpear a otros a causa de la ira y el miedo.

Pero cuando miré a los ojos a Gaius Sentari, no encontré ira. No encontré odio. No pude inferir ninguna historia de injusticia infligida a la joven inocencia. No vi ningún muro construido a partir del sufrimiento y la pena.

En cambio, fui contemplado como un mercader contemplaría a las bestias de carga en un mercado. Mis compatriotas y yo fuimos contados, pesados, y asignados por el Gobernador Sentari. Este hombre a las minas. Esta mujer a los molinos. Este niño a las calles de Sarn, para ser explotado y azotado hasta el día en el que su sangre se drene hacia las alcantarillas de esa desdichada ciudad.

Y aquellos que se resistían, aquellos que pedían ser tratados como cualquier otra cosa distinta de animales, eran despellejados y descuartizados, junto a una docena de sus parientes.

No temas al hombre codicioso. Teme al hombre que odia. Teme al hombre que no siente nada en absoluto.

- Rigwald, el Rey Lobo
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Los colores y estandartes de cien clanes, esparcidos de la misma manera que las flores salvajes se esparcen a través de las praderas de Glargarryn. Miles de hombres y mujeres, hambrientos, pobres, armados con hachas oxidadas y arcos de caza, mirando a través de aquel campo, con el coraje de la desesperación a la legión imperial desplegada contra ellos.

Soldados resplandeciendo con bronce y acero. Hombres entrenados y curtidos. Sus pulidos escudos formando un muro de disciplina y determinación contra los avances de mi heterogénea multitud.

“Yo canto, despotrico y deliro”, les dije, “¡pero hoy, hermanos, mi espada es mi voz!”

Nos estrellamos contra esa legión como olas contra un acantilado. Nos repelieron una y otra vez. Los verdes campos se tornaron marrones y rojos con el barro fruto del esfuerzo y la sangre de la guerra.

¿Pero qué puede hacer un esclavo al respecto? ¿Sufrir la prolongada muerte de la mina y el molino, u ofrecer el regalo de su vida a su gente en un momento brillante y glorioso?

Para los hombres y mujeres que me siguieron a la batalla, la elección fue sencilla.

Tres Ezomitas cayeron por cada Eterno y aún así el coraje de mi pueblo derribó aquel pulido muro, rebanó el brazo fuerte del Imperio con una oxidada hacha de leñador.

Gaius Sentari corrió por su miserable vida.

Llamé al Gran lobo para que me asistiera, para que me diese el rastro de aquel zorro que se daba a la fuga. A pesar de que la caza fue rápida, me tomé el tiempo para asegurarme de que Gaius sintiera una pequeña porción del sufrimiento que había infligido antes de aceptar su ruego de compasión.

- Rigwald, el Rey Lobo
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Me mantuve con el Ejército de la Pureza y contemplé los poderosos muros de Sarn. Luché contra Chitus y sus aberraciones Gemitas. Vi a nuestros ejércitos más fuertes, Ezomita, Maraketh, Karui y Templario, derribados ante las criaturas nacidas de la taumaturgia.

Será necesario algo más que fuertes hombres y mujeres para derrotar a Chitus, pues esto ya no es una guerra de barro y sangre. Nos enfrentamos a monstruos, y para derrotarlos necesitaremos algunos monstruos propios.

Aquí me encuentro, entre estas piedras. Aquí pongo mis regalos de sangre y canciones, de carne y fuego. Aquí hago un llamado a los Primeros, bestias de leyenda, terrores de nuestros sueños. Aquí aúllo hacia el mismísimo Gran lobo.

Si contesta, estoy preparado para pagar el precio  que sé que pedirá. No es más que lo que un hombre debería hacer por su familia. No es más que lo que un rey debería hacer por su pueblo.

- Rigwald, el Rey Lobo
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El Gran lobo ha venido por mí. Su corazón late dentro de mi pecho. Su lengua se recuesta en mi boca. Sus colmillos coronan mi mandíbula. Sus ojos descansan dentro de mis cuencas.

No veo al Ezomita y al Eterno, rey y plebeyo, maestro y esclavo. Solo veo presas.

En el mundo de calles y campos, el emperador ha caído. Aquellos que eran esclavos ahora son libres.

En el mundo de bosques y montañas, los Primeros cazan y se alimentan de la misma manera que lo han hecho desde el primer albor.

Ya nunca caminaré entre mi gente. Nunca más tendré su sangre en mis labios. No seré su rey.

Ahora soy el Rey de los Lobos.

- Rigwald
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El Gran lobo me ha forzado a olvidarme de quién era… y me ha enseñado a ser mucho más.

Un hombre se convierte en rey para poder proteger a la gente de ese día. Un hombre se convierte en un dios para poder proteger a la gente de todos los días que están por venir.

Y así, comienza la caza interminable.

El fervor de los Primeros permanece, vinculado por los druidas a fetiches de dientes y huesos, piel y garras. Sé dónde se han hilado estos potentes talismanes. Tengo su aroma.

Y así, comienza la caza interminable.

Perseguiré a los ladrones de nuestra antigua herencia. Arrancaré a los Primeros de las manos de los corruptos, para que no se alimenten y crezcan en un poder que no es el suyo. Debo tener poder, debo empuñarlo, en nombre del futuro de Ezomyr.

Y así, comienza la caza interminable.

- Rigwald

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